ESTAMOS COMO UN VELERO PERDIDO EN EL
MAR INMENSO,ESPERANDOUNA LUZ QUE
NOS GUIE A TIERRA FIRME
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Roger Senserrich
politikon.es
Mientras leía hoy
el (excelente) artículo en Wired sobre Anonymous y su “organización”, recordaba
muchas de las cosas que se decían, hará cosa de un año, sobre el 15-M y los
nuevos movimientos sociales nacidos de la gran recesión.
La idea central de
muchos de estos movimientos (15-M, Occupy Wall Street, Anonymous,etcétera) es
que son protestas descentralizadas, sin un liderazgo estable o claro. El 15-M,
sin ir más lejos, era un movimiento agresivamente asambleario, muy preocupado
de evitar jerarquías o que nadie se apropiara de las protestas. Los anon hablan
que no son una democracia, sino una “do-ocracy”(¿acción-cracia?); las
decisiones se toman a base de hechos, no discusiones. Si alguien lanza una
campaña, su peso depende de cuánta gente se una a ella, no de una votación o
debate interno. Occupy era parecido al 15-M; mucha acción y debate, y un miedo
cerval a la burocratización.
Esta forma de
organización, sin líderes, programa o instituciones, es relativamente novedosa;
fruto de internet y las nuevas redes sociales, dicen algunos. En vez de crear
un monolito burocrático con líderes, ahora es posible organizarse directamente,
ya que los costes de transacción son muy bajos. Debatir, intercambiar ideas y
montar campañas es mucho más fácil, haciendo las viejas campañas con jefes y
demás algo obsoleto.
La verdad, hasta
hace unos meses esta clase de argumentos casi me parecía convincente. Las
nuevas tecnologías sí han reducido costes hasta extremos ridículos, y es mucho
más fácil tener conversaciones multipolares, sin un centro claro. De un tiempo
a esta parte, sin embargo, ya no estoy tan seguro.
Linda Hirschman
hablaba hace unos días sobre Stonewall y el nacimiento del movimiento
homosexual en Estados Unidos. Los disturbios de Stonewall son uno de los mitos
fundadores del movimiento gay americano; todo empezó con un raid de la policía
en un bar de Greenwich Village en 1969 que acabó a tortas, y que galvanizó la
comunidad homosexual de Nueva York para movilizarse y pedir sus derechos.
Hirschman señala que la visita policial y brutalidad asociada no tenían nada de
extraordinario; los disturbios del 69 no eran los primeros, ni Nueva York era
la ciudad con más conflictos y protestas. La diferencia entre Stonewall y otras
batallas, sin embargo, fue que en este caso un grupo de afectados eran miembros
de un par de organizaciones del barrio, y decidieron ir más allá de una
protesta.
¿Cómo lo hicieron?
Para empezar, con reuniones. No con asambleas o cosas espontáneas; un local, un
orden del día, un grupo de gente llevando la agenda y poniendo orden para que
del debate salieran cosas concretas. El segundo paso fue abrir la organización
al barrio, pero usando un modelo representativo; nada de participación ilimitada,
con los más pacientes / masocas / radicales monopolizando la organización. Y el
tercer paso, siendo como es Estados Unidos, fue recaudando fondos organizando
bailes, eventos y demás, de modo que la organización pudiera hacer cosas. Craig
Rodwell, un librero del barrio, se ocupó del comité que organizaría el primer
desfile de orgullo gay de la ciudad. Un grupo de amigos, algo de dinero, y a
las pocas semanas tenemos un movimiento social que cambiaría el país. La
vanguardia del proletariado, tomando las riendas de los oprimidos, y
llevándoles a la tierra prometida.
Los movimientos
sociales “tradicionales” siempre habían seguido este modelo, o alguna
aproximación razonable. El viejo manual de Lenin: un grupo de gente muy
motivada y especializada toma las riendas y lleva las protestas adelante. La
protesta puede ser de masas, pero la organización es pequeña y profesional. Hay
líderes representativos, pero hay un centro que da dirección y mantiene el
movimiento vivo, a la vez que evita que el colectivo se meta a discutir
cuestiones procedimentales hasta el fin de los días o pierda el tiempo
debatiendo sobre la necesidad de biodanzas.
Cuando un sistema
organizativo es utilizado una y otra vez, es muy posible que lo que estemos
viendo no es sólo una costumbre, sino un modelo que funciona bastante bien. Los
movimientos sociales se institucionalizan no porque exista siempre un colectivo
de gorrones que quiere apropiarse de toda la gloria, sino porque es una forma
eficiente de conseguir que las protestas no acaben dominadas por los que no
tienen nada mejor que hacer. Las asambleas, al fin y al cabo, son una forma de
democracia directa, no de democracia representativa; si queremos que un
movimiento haga lo que pide su “votante mediano”, debemos crear un sistema que
evite que quien domine la organización sea el “votante incansable” (léase, el
más motivado o más radical). Un movimiento social que crea una institución
corre el riesgo de fosilizarse a largo plazo, pero evita convertirse en un
galimatías sin objetivo claro a corto.
Las protestas del
15M empezaron hace algo más de un año. De todo ese ruído y furia lo único que
hemos acabado por ver es mucha gente saliendo a la calle y protestando y poco
más; el movimiento ha pasado a segundo plano, incapaz de mantener algo parecido
a un mensaje más o menos coherente, una agenda reformista sobre la mesa o un
apoyo social claro. Occupy ha caído en un problema parecido; Anonymous son un
caso similar. La misma descentralización del movimiento, su resistencia a
organizarse, ha hecho que se agotaran corriendo en mil direcciones, sin llegar
nunca a establecerse en el debate.
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