lunes, 19 de marzo de 2012

María Trinidad y el referendo necesario


Marino Vinicio Castillo R.

Quizá ha llegado el tiempo de hablar de esto. Nuestra patria es bien peculiar a los ojos del mundos; Una bandera en cruz; los evangelios en el escudo y Dios Patria y Libertad como lema. Sumado a ello que son tres egregios sus Padres Fundadores.

Examinando ese conjunto de símbolos quedaríamos convencidos de que nuestras vicisitudes de hondonada las hemos superado por el sacrificio de nuestros héroes y mártires, que quedaron bajo su palio.

Me ocurre que desde muy niño sentí fascinación por una figura inmensa de nuestra independencia: María Trinidad Sánchez.

Y es tal mi edad de hoy que el sentimiento se me ha hecho antiguo. No se trata, pues, de un reclamo de género, aunque admito es tan potente la moda de éste que podría ayudarme a resultar comprendido.

No he podido jamás, al oir su nombre, apartar la congoja de imaginármela en el patíbulo.

No he podido nunca salir de mi asombro iracundo al saberla fusilada con la nefasta exactitud del primer aniversario de la gloriosa gesta. Aunque creo que con esta hazaña el crimen se encargó, sin proponérselo, de escribir la biografía del valor nacional.

No he sabido racionalizar cómo se ha podido tolerar que sus restos venerados fueran afrentados por los de su verdugo en el panteón del reposo de los grandes nuestros.

En esas cenizas de ella y de otras víctimas del verdugo está el mejor ADN del pueblo, pero Duvergé como los Puello, son muestra de rencores de la guerra, de envidia a sus méritos, pero lo de María Trinidad fue asesinato simbólico de la Independencia.

Ahora puedo entender mejor que tal vez ha habido entre nosotros un ejercicio prolongado de varonilismo; que a la hora de reconocer y exaltar a nuestros próceres superiores, la mujer que fuera María Trinidad Sánchez resultó respetada y elogiada ciertamente pero no exaltada en plenitud a la gloria nacional; y para ello le hubiesen bastado sus palabras, ya formando el piquete: “Cúmplase en mí tu voluntad, Señor y sálvese la República.” Ya ella presentía que lo alcanzado sería entregado al oprobio de la abolición siniestra del anexionismo.

El verdugo, bestia de raza al fin, también intuyó que aquel pecho de la patria se opondría tenazmente a lo que luego hiciera, cuando creyó encumbrarse en su Marquesado.

Ahora que ha caminado tanto la historia, es tiempo de proponer enmiendas profundas a sus deformaciones.

Duarte, el sueño, tardó la gratitud para reconocerlo; su sublime desprendimiento, sus velas para el sustento en la desdicha del ostracismo, amortajado con camisón ajeno, lejos de santificarle en su tiempo de vida, no el bastaron para quedar ileso de la inicua maledicencia.

El apóstol Martí tuvo que escribir su justa y maravillosa apología, cando se recaudaban fondos para perpetuarle en el bronce de la estatua y sólo así pareció retroceder la bajeza del provincialismo artero que tuvo que silenciarse y terminar de admitir a regañadientes que la grandeza de aquel gigante del ideal no era de artificio.

Mella, expirando en casa de piso de tierra, clamando por la bandera como sudario en su último hálito, no sin tropiezos se abrió paso en el reconocimiento público y triunfó finalmente su rememoración como acto de justicia.

Y Sánchez en El Cercado, abatido por el verdugo de siempre, reclamando toda la responsabilidad con su autoacusación de defensa, humillando la cobardía de sus ejecutores y consagrando para siempre la virilidad del ´44, buscando restaurar la perdida independencia.

Luego Luperón, fogonaza de la epopeya, colmándose de gloria en los campos ardidos de la guerra, pero reconociendo con humildad de santo que la hazaña verdadera dormía en el lecho del febrero eterno.

Todas esas glorias, todos esos hombres, a no dudar sintieron por María Trinidad un dolor de siempre. Si pudiéramos consultarles en la dimensión gloriosa en que se encuentran sobre el significado de aquella inmolación, no contendrían su mayor admiración y respeto de aquel episodio que, lejos de ser luctuoso, resultó aurora para la nación recién nacida.

Sánchez, en su discurso forense sin paralelo, cuando habló de la necesidad de seguir derramando sangre de los Sánchez por la libertad y la independencia, pensó en ella.

Según dije, la historia no se ha detenido y como no sabe de fatigas en ella siempre habrá tiempo de reajustar las injusticias.

Hagamos una conmovedora rectificación de errores y silencios y María Trinidad Sánchez proclamemos que ha debido ser reconocida como Madre de la República y que sus restos deben descansar junto a los insignes Padres de la Patria.

Confieso que no ignoro que lo que pretendo no es de fácil realización; que no habría ley, ni partido político, ni opiniones ilustradas algunas capaces de irrumpir en el Altar de la Patria con otros huesos.

Así lo siento, porque nadie me supera en el respeto de ese lugar sacrosanto de los adalides fundadores. Sin embargo, pienso que ya tenemos un instrumento jurídico de vanguardia que nos permitiría hacerlo, pues el pueblo, y sólo el pueblo, podría autorizar una acción de magnitud tan colosal: me refiero al Referendo.

Organizarlo para el bicentenario del nacimiento del padre fundador Juan Pablo Duarte, reclamándole al pueblo su opinión acerca de si aprueba, o no, que los restos de esa madre de la patria sean alojados junto a los inmarcesibles en la Plaza Independencia.

Sería una manera de renovar todos los bríos del patriotismo. Allí estaría ella, además, representando el nivel más sublime de la mujer dominicana, cuyo decoro expusiera al sol cuando expresara en sus últimas palabras que le zurcieran los ruedos para caer con la dignidad debida.

Un referendo para un tema nacional trascendental nos elevaría los sentimientos más formidables de amor y nos haría más fuertes en el ejercicio democrático.

Lo propongo en la esperanza de que, al abrigo de nuestra Constitución, pudiéramos emprender esa proeza del espíritu de justicia del pueblo nuestro. Como nación sólo nos engrandecería tan bello gesto.


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COMENTARIOS 1  

Comentó: sopena22
De: República Dominicana
Urgente es reconocer a los que nunca dudaron que la patria es siempre la causa del honor, desechando las mudanzas en la historia y elevar a los que encarnaron en su diestra la dignidad y en su pecho la vergüenza de la patria menazada por intrépidos traidores. Referendum, ejemplar justa cívica.

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