viernes, 4 de mayo de 2012

JUAN BOSCH: EL POLÍTICO, LA VOCACIÓN Y EL OFICIO


No acepto la tesis de que el hombre es el producto de su propia psicología. Creo que la psicología humana es el producto de la sociedad; que ésta ha hecho al hombre tal como lo conocemos después de haber evolucionado a lo largo de millones de años. Podemos decir con toda propiedad que desde que empezó a hablar, y por tanto a vivir en sociedad, el hombre es socializado a partir de su nacimiento; la sociedad va formándolo a su imagen y semejanza para que sea una de sus partes integrantes, y eso se da lo mismo en una sociedad de recolectores que en una de cazadores, en la esclavista, la feudal, la capitalista o en la socialista. 

Toda sociedad va formando a sus miembros desde el momento en que nacen, y lo hace a través de la madre, del padre, del núcleo familiar, mediante una enseñanza que se va transmitiendo por medio de la palabra o por presión de los acontecimientos cotidianos. Esa presión es la que va creando la psicología de los seres humanos, lo que nos indica que la psicología es obra de la sociedad y no ésta de aquélla, aunque, como sucede en todo lo que vive, una influya en la otra y viceversa, para modificarse mutuamente. 

Los grandes hombres son productos inmediatos de las crisis positivas y negativas de las sociedades en las cuales se han formado y actúan, y digo crisis positivas y negativas porque no todas tienen el mismo signo y además porque de igual manera que hay grandes hombres positivos los hay que son o han sido grandes hombres negativos, que eso depende de quienes los califican. Simón Bolívar, que fue positivo para los hispanoamericanos fue todo lo contrario para la mayoría de los españoles, y sobre todo para los que sacaban provecho de la existencia del imperio español. 

El gran hombre aparece en los momentos decisivos de la historia de su pueblo, esto es, cuando una crisis hace estallar los moldes sociales en que ese pueblo ha estado viviendo, a veces durante siglos; aparece entonces porque sus condiciones de carácter, que generalmente han permanecido ocultas para todo el mundo y a menudo hasta para él mismo, le permiten desarrollar una capacidad de acción u otras formas de expresión de su personalidad que resultan ser las más adecuadas para dirigir a las masas en esa hora de crisis, pero esas condiciones de carácter habían sido elaboradas en el héroe por fuerzas de origen natural, como, por ejemplo, una determinada conformación cerebral, combinada con las presiones de la sociedad en que se había formado. Entre tales fuerzas ocupa un lugar decisivo lo que ahora llamamos ideología, que es un producto neto de la sociedad, aún si se trata de una parte de ella, como es la clase social de la persona que la comparte. 

En suma, que el hombre no es producto de sí mismo, de tales o cuales condiciones psicológicas, sino que es el producto de su sociedad porque ésta es la fuente de la psicología de la persona; y a tal extremo esto es así que en la sociedad de clases resulta fácil distinguir, a través de sus expresiones psicológicas, al capitalista del obrero y a éste del que le queda más cerca en términos clasistas, que es el bajo pequeño burgués pobre y muy pobre. 

En lo que se refiere a la vocación, todavía la ciencia no ha llegado al punto de determinar cuál es su origen, pero se sabe que son muchos los hombres y las mujeres que han sentido el llamado de una vocación, a veces desde los años más tempranos. Las personas que sienten ese llamado son capaces de hacer toda suerte de sacrificios para seguir el impulso que llamamos vocación. Unas abandonan a sus familias y se van a correr mundo en busca de ambientes en que puedan desarrollar las capacidades que les permitan ser lo que quieren ser; las hay que viven aventuras fabulosas y se juegan hasta la vida persiguiendo lo que creen que es su destino; y unas más, otras menos, todas tienen una convicción profunda, sin saber por qué, de que podrán hacer aquello que persiguen, y que haciéndolo se destacarán entre todos los seres humanos; alcanzarán la gloria o el poder, pasarán a ser personajes importantes e influyentes. 

¿Dónde está el origen de la vocación? 

Sin duda en el cerebro humano. Ese conjunto de materia orgánica que tenemos en la bóveda craneana está formado por miles de millones de células nerviosas o neuronas. Entre ellas las hay que tienen relación con el don de la palabra, con el de la vista o el olfato, y aunque el fenómeno de la vocación no haya sido debidamente estudiado, sin duda hay también, en el caso de las personas que sienten la vocación, las que emiten ese mensaje poderoso de la vocación que lanza a la persona que lo siente a hacer cualquier sacrificio para seguirlo. 

¿Por qué viene ese mensaje del cerebro de la persona que lo recibe? Porque antes de salir del cerebro éste había recibido el impulso que dio origen a lo que acabaría siendo la vocación. Por alguna vía, en los años de la infancia, al cerebro del músico llegaron los sonidos de un instrumento, o el elogio de ese instrumento o de alguien que lo tocaba, y por alguna vía llegó al cerebro de un niño la preocupación de una o de más personas por los problemas políticos o la admiración por un héroe popular; y en otros casos, las circunstancias llevaron a ejercer la carrera de médico a un sujeto que no sintió la vocación de curar enfermos, pero a lo largo del ejercicio de la profesión fue formándose en él una conciencia de su función social que acabó moldeando su vida al grado de que sintió la necesidad de consagrarse a la lucha contra la enfermedad y el sufrimiento físico. 

Aplíquese lo dicho al caso de los políticos, que pueden serlo por vocación pero también por formación como resultado de su trabajo social, y veremos que desde cualquier punto de vista que adoptemos, la sociedad hace al hombre como ente social, a veces de manera directa y a veces de manera indirecta; a veces valiéndose de ese poderoso impulso que llamamos vocación y a veces porque se impone esa especie de ley del desarrollo social que enunciamos diciendo que en la medida en que el ser humano va haciendo un trabajo ese trabajo va haciendo al ser humano. 

Hablemos ahora del oficio del político, esto es, de aquellas personas que se dedican a la actividad política y no hacen otra cosa, al menos como tarea principal en sus vidas. Los que podríamos llamar políticos de oficio aparecen en una sociedad cualquiera, lo mismo en la esclavista griega o romana que en la feudal, la capitalista francesa o norteamericana o la socialista de la Unión Soviética o de Cuba, como resultado de la división social del trabajo, pues así como al médico le toca la tarea de curar a los enfermos y a los maestros la de enseñar a los niños, así al político le toca la de manejar el aparato del Estado, y para manejar ese aparato hay que saber organizar y dirigir hombres agrupados en partidos, sindicatos, asociaciones, actividad sumamente difícil, complicada, delicada, porque en la Tierra no hay material más volátil que el ser humano. 

En una sociedad de capitalismo tardío como es la de la República Dominicana, la división social del trabajo es tan lenta que es ahora, ya entrado en los últimos veinte años del siglo XX, cuando comienzan a formarse los políticos dominicanos de oficio, y todavía en 1981 hallamos que en la clase dominante abundan las personas que consideran al político de oficio como una plaga maligna de la cual se habla con palabras denigrantes. En el país hay gentes que parecen políticos porque actúan en la vida pública, pero ignoran de manera increíble qué es y cómo funciona el aparato del Estado, y no entienden una palabra de la relación que hay entre la economía, la sociología y hasta la historia y las funciones políticas. Pero ésa no es una característica propia nada más de nuestro país. Lo es de la mayoría de los que forman el llamado Tercer Mundo. En muchos de ellos la política es el escenario donde se exhiben personas que andan en busca de su promoción social porque detrás de ella está la promoción económica o están los privilegios que puede proporcionar el Estado con su poder político y económico, como por ejemplo un cargo de embajador en París o en Roma, ciudades donde la vida es dulce, para decirlo con el lenguaje del cinematógrafo, y abundan las mujeres hermosas que se sienten atraídas por los personajes exóticos. 

El oficio de la política es tan necesario y tan útil en una sociedad que sin él ninguna podría sostenerse sobre sus propios pies. Mantener funcionando el aparato del Estado es un trabajo arduo y tan eminentemente necesario que no hay manera de concebir la existencia de una sociedad que no esté organizada en Estado, no importa cuál sea el tipo de ese Estado. Y por otra parte, una clase dominante no puede convertirse en una clase gobernante si no tiene a su disposición la cantidad y la calidad de políticos de oficio que son indispensables para que el aparato del Estado funcione en toda su capacidad, sin tropiezos que lo hagan tambalear y caer en el desorden, espectáculo que hallamos con frecuencia excesiva en la historia de los países de capitalismo tardío. 

De los políticos que han llegado a la política impulsados por la vocación salen los grandes guías de sus pueblos, pero de los que ejercen concienzuda y pacientemente el oficio político depende en gran medida la estabilidad social en cualquier régimen, puesto que no estamos hablando de ningún sistema en particular sino de la política y su razón de ser en forma abstracta; esto es, de los principios que la rigen en cualquier tipo de sistema social y político de los varios que ha conocido la historia humana. 


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