martes, 1 de mayo de 2012

Rafael Correa un paradigma


Winston Orrillo (Tomado de Cubadebate)

Me gustaba poner como ejemplo de mi simpatía por el presidente Rafael Correa, el hecho de que me pareció, siempre, paradigmático su gesto de mandar, al tacho de basura, al TLC. Esto lo he repetido muchas veces, incluso a diplomáticos de ese país en el mío, y nada.

Claro que nada, porque el Perú se prosternó, obsecuentemente, ante ese especioso instrumento legal cuyas deletéreas condiciones nadie, hoy en día, puede ignorar.

Además, estaba la actitud del joven presidente de mandar de vuelta a los gringos y que se vayan con su base militar a una patria que se prosterne, pero no a la suya, cuya imagen iba creciendo “como crece la sombra cuando el sol declina” para citar a un poeta familiar.

Y respecto a la muerte, me gusta citar el verso de nuestro entrañable vate Alejandro Romualdo: “Y no podrán matarlo…”.

Se refería él, claro está, a José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, pero analógicamente el gran bardo hacía extensiva la imagen a la lucha impertérrita del hombre por su libertad, por su independencia (el rebelde grito de nuestro prócer fue el primero que se alzó contra el colonialismo español, en la América morena).

Y ahora, Rafael Correa pone el pecho a los vermiformes “rebeldes” policíacos que, con un pretexto baladí, arremetieron contra su autoridad constitucional, lo agredieron, precisamente cuando él tuvo el valor de dar la cara e ir a explicar la posición del Gobierno frente a reclamos espurios, formulados por los policías, a los cuales, según palabras del Primer Mandatario, ningún otro Régimen había tratado con mayor deferencia.

Pone el pecho Rafael Correa, consciente de su inmortalidad y de que la causa de la justicia social de su revolución ciudadana, no podrá dar marcha atrás. Por eso él dijo, con palabras de conocido resabio ya histórico, “Hasta la victoria, siempre”.

Porque la muerte -o la prisión- no son sino, parafraseando a nuestro penate, José Carlos Mariátegui, un “accidente de trabajo”.
Y porque nadie que conozca a medias lo que sucede en los predios del acontecer de hogaño podrá creer que muertos están Martí, Mariátegui, el Che, Ho Chi Minh, Agostino Neto o ese otro Presidente valeroso y paradigmático, el querido Salvado Allende.

En esta lista incompleta se puede situar la conducta del Presidente Rafael Correa, al enfrentar a los seudo rebeldes del Regimiento de Quito, policías o matarifes inquietos porque se les habría recortado privilegios y/o prebendas que, en su lugar, se han convertido en un enjundioso aumento de sueldos, nunca antes asignado al cuerpo policial.

Pero todo esto no era sino un pretexto: la madre del cordero se hallaba en ese nada zahorí malestar de la oligarquía ecuatoriana, sabedora -¡cómo no!- de que, al frente del palacio de Carondelet tenían no al acostumbrado y obsecuente mandatario de pacotilla, fámulo del imperio de Wáshington, sino a un joven dirigente nacional, convencido de la justicia de la causa popular, y adherido al concepto de que esta gran humanidad ha dicho ¡basta! y su marcha de gigante no se detendrá sino hasta conseguir su Segunda y definitiva Independencia (paráfrasis de la Declaración de la Habana).

Según la inteligente tesis del admirado periodista Atilio Borón, tres fueron los factores que determinaron esta victoria de la Revolución Ecuatoriana (ya habría que irla llamando por su nombre). Primero: la movilización popular interna. Segundo: la solidaridad internacional. Y tercero la valentía del Presidente Correa. todo lo cual determinó el aislamiento de los sediciosos, lo que debilitó su fuerza y facilitó la operación de rescate, efectuada por un cuerpo de elite del ejército ecuatoriano.

Me interesa sobre todo subrayar la valentía del joven y pugnaz Presidente Correa. Y, por antítesis, recordamos a un vermiforme que, con el título apócrifo de “presidente” gobernara nuestro país (ahora está preso pero la derecha fascista peruana cabildea para lograr su “libertad” mediante el brulote del lanzamiento a la Primera Magistratura de su hija, cuyo leit motiv para tentar la presidencia es la liberación de su delincuente progenitor). Bueno, pues el mencionado presidiario, apenas se enteró que había movimiento de tropas contra él, corrió, como una rata asustada a refugiarse en la Embajada de su real país: Japón.

Y hay otro que huyó por los techos y acabó con residencia en París, a la espera de que sus reales delitos prescribieran…En fin, la antítesis de un Allende que, rifle en mano (que es como diría Cervantes lanza en ristre) esperó al agresor tarifado por la ITT, que no podía permitir que se conculquen sus “derechos”…de seguir esquilmando al pueblo de Chile.

Por eso son muy justas las palabras (poesía popular, forma: decimas) de Y. Sánchez Cuéllar que dicen:

“Al presidente Correa
los humildes lo prefieren.
Por eso los ricos quieren
derribarlo como sea.
Ayer libró una pelea
contra el motin preparado
de modo cruel, despiadado
desde el puesto policial
y cuya intención final
buscaba un golpe de Estado.
Pero el pueblo respondió
y dijo ¡Correa es nuestro!
De esa manera el secuestro
solo unas horas duró”
¿Dicen que vox populi es vox Dei?
En este, como en otros casos, tiene razón el aforismo.
Lo demás viene por añadidura

La reunión de UNASUR de dos horas y media con sus siete puntos de apoyo al heroico y paradigmático Presidente Correa, pero lo que más me gustó, en ella, fue la presencia de ese hermano mayor suyo -la verdadera bête noir para la derecha fascista y mediática internacional.

Me refiero al querido Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, comandante Hugo Chávez, quien no pudo con su genio (que es el nuestro) y urgió a USA a no meter sus viejas manos imperiales en nuestro Continente.

Digno colofón de un cónclave que tiene mucho de florilegio diplomático y que algunos presidentes (son conocidos los nombres y no queremos manchar esta nota de panegírico del admirado y admirable Rafael Correa): algunos, y esto no escapa a nadie han tenido que subirse al carro de la defensa de la “democracia” cuando en sus países ejercen, con el celestinaje de la OEA y de Wáshington verdaderas satrapías, en nombre del statu quo y del neoliberalismo todavía existente.

  

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