El Departamento de Estado norteamericano (para los días de la guerra de Abril 1965) hizo publicar una lista de 53 comunistas dominicanos; después, una de 58; al fin, una de 77.
Debo aclarar que en el año 1963 en la República Dominicana había mucha confusión política, y algunos millares de personas, sobre todo jóvenes de la clase media, no sabían aún a ciencia cierta qué eran y qué querían ser, si demócratas o comunistas. Pero eso había sucedido en casi todos los países donde hubo dictaduras prolongadas, una vez pasaron esas dictaduras; y cuando transcurrió cierto tiempo y el panorama político se aclaró, mucha gente que había comenzado su vida pública como comunista se pasó al campo democrático. En 1963, la República Dominica necesitaba que se le diera tiempo al sistema democrático para aclarar la confusión.
(…), ahora bien, si no había comunistas suficientes para tomar el poder, había en cambio un fuerte sentimiento opuesto a que los comunistas fueran perseguidos, y el origen de ese sentimiento estaba en que durante su larga tiranía, Trujillo había acusado siempre a todos sus adversarios de ser comunistas, y los adversarios de Trujillo eran o muertos o torturados o perseguidos sin piedad; de manera que anticomunismo y trujillismo acabaron siendo términos equivalentes en el lenguaje político dominicano, y como trujillismo significaba crimen, anticomunismo pasó también a significar crimen. Por otra parte, los organismos de represión del país —la Policía y las Fuerzas Armadas— eran en 1963 los mismos, y con los mismos hombres, que habían sido bajo Trujillo. Si yo los usaba contra los comunistas, ese aparato de terror hubiera acabado actuando como lo había hecho en los tiempos de Trujillo, yo hubiera terminado en prisionero suyo y al final esas fuerzas desatadas hubieran destruido a las nacientes fuerzas democráticas dominicanas; pues para esos hombres, según habían aprendido de Trujillo, no había distinción entre demócratas y comunistas, y todo el que se opusiera a sus violencias y a su corrupción era un comunista y debía ser aniquilado.
Esta presunción mía era correcta, según lo probaron los hechos. Desde la misma madrugada del 25 de septiembre, día del golpe contra el Gobierno que yo encabezaba, comenzó la policía a perseguir y apalear sin misericordia a todos los demócratas no comunistas que a juicio de los jefes militares podían hacer resistencia al golpe de Estado.
El propio jefe de la policía insultaba a los prisioneros llamándoles comunistas. Muchos líderes del Partido Revolucionario Dominicano fueron deportados, y —dato curioso— aunque se les permitió volver al país a numerosos comunistas que estaban en Europa, Rusia y Cuba cuando se produjo la caída de mi gobierno, no se les dio entrada de nuevo a los líderes del Partido Revolucionario Dominicano, y si alguno pudo volver fue deportado de nuevo inmediatamente. Durante los 19 meses del Gobierno de Donald Reid.
En los meses de mayo y junio de 1964 llegó a haber en las cárceles dominicanas, a un mismo tiempo, más de 1,000 miembros del Partido Revolucionario Dominicano acusados de ser comunistas.
Esa furia “anticomunista” desatada contra los demócratas dominicanos fue un factor de importancia en el estallido de la revolución de abril, pues el Pueblo combatió para reconquistar su derecho a vivir no sólo mejor sino también bajo un orden legal, no policial.
No hacía falta ser un genio político para darse cuenta de que si comenzaba un estado de persecución “anticomunista” a la manera clásica de un país educado por la tiranía, los policías y los militares perseguirían también, y sin duda más ceñudamente, a los demócratas de todos los partidos. Tampoco hacía falta ser un genio político para comprender que lo que se necesitaba en la República Dominicana no era estimular desde el Gobierno los hábitos hacia la persecución y el crimen que se hallaba en el fondo del alma de policías y soldados; lo que se necesitaba era fortalecer la democracia demostrándoles a todos los dominicanos y aún a esos mismos policías y soldados, que lo que más les convenía a ellos y al país era vivir bajo el orden legal de la democracia.
Ahora bien, en el panorama dominicano había una fuerza que en mi opinión determinaba el fiel de la balanza política, en lo que se refiere al punto de las ideologías y doctrinas, y esa fuerza era el Movimiento 14 de Junio.
Ya he dicho que de acuerdo con mis cálculos en el Movimiento 14 de Junio había una infiltración de menos de 50 comunistas, algunos de ellos en puestos directivos y otros en niveles más bajos. Pero debo advertir que en la dirección de ese partido, y en todos sus niveles, había mayoría abrumadora de jóvenes no comunistas y había muchos fuertemente anticomunistas.
¿Cómo se explica que hubiera comunistas junto con no comunistas y con anticomunistas?
Lo explica una razón: el Movimiento 14 de Junio era, en toda su extensión y en todos sus niveles, de un nacionalismo intenso, y ese nacionalismo se manifestaba sobre todo en términos de vivo antinorteamericanismo.
Es fácil comprender por qué la juventud dominicana de la clase media era tan nacionalista. Esa juventud quería a su país, deseaba verlo moral y políticamente limpio, deseaba que se desarrollara, y pensaba que Trujillo era quien impedía la moralización, la libertad y el desarrollo de su patria. Ahora bien, no es tan fácil comprender por qué su nacionalismo se manifestaba en términos de antinorteamericanismo.
Sencillamente, por sentimiento de frustración. Esa juventud, que no había podido deshacerse de Trujillo, pensaba que Trujillo estaba en el poder debido al respaldo de los Estados Unidos. Para ellos, los Estados Unidos y Trujillo eran socios, ambos culpables a partes iguales de lo que sucedía en la República Dominicana, y por tanto su antitrujillismo se convirtió naturalmente en antinorteamericanismo.
No discuto aquí si tenían razón o no la tenían; sólo expongo el caso. Yo sabía que en los Estados Unidos había personajes que apoyaban a Trujillo y otros que lo atacaban. Pero los jóvenes dominicanos que vivían en el país sabían lo primero y no sabían lo segundo, pues Trujillo se encargaba de dar la mayor publicidad posible a cualquier manifestación, por pequeña que fuera, del respaldo que le ofreciera directa o indirectamente un ciudadano de los Estados Unidos, lo mismo si se trataba de un senador que de un turista anónimo, y en cambio impedía de manera escrupulosa que a Santo Domingo llegara la menor noticia de un ataque que le dirigiera cualquier norteamericano. Así, los jóvenes dominicanos sabían que Trujillo tenía defensores en los Estados Unidos, no enemigos.
El fiel de la balanza política dominicana estaba en el vivo antinorteamericanismo del Movimiento 14 de Junio, en el cual se agrupaban los jóvenes más vehementes y hasta más capacitados técnicamente —no políticamente—, pues era en ese sentimiento antinorteamericano donde más efecto podía hacer la prédica comunista, y además era en esa juventud nacionalista donde los comunistas podían formar los líderes que necesitaban.
(…). Mi gobierno tenía que evitar a toda costa que los jóvenes nacionalistas perdieran la fe en la democracia. Poco a poco, a medida que pasaban los días y se afirmaba en la República Dominicana un estado de ley con amplias libertades democráticas.
(…). El resultado inmediato fue el golpe de septiembre de 1963, pero el resultado tardío fue la revolución de abril de 1965 y el imperdonable traspié de la intervención militar de los Estados Unidos en Santo Domingo.
En 1963, los comunistas dominicanos eran tan escasos en número y tan débiles en organización, que cuando se estableció el Partido Social Cristiano se presentó como militantemente anticomunista y persiguió a los comunistas con palos y piedras —y hasta tiros— en las calles sin que los comunistas pudieran hacerle frente. Sin embargo, los socialcristianos no tardaron en darse cuenta de que la mejor fuente de jóvenes de que disponía el país era el Movimiento 14 de Junio, y entonces cesaron en su lucha callejera contra los comunistas y se dedicaron a predicar contra el “imperialismo norteamericano” y contra las injusticias del sistema social dominicano; y cuando demostraron con esa prédica que no eran un partido pronorteamericano y que reclamaban reformas en las estructuras del país, comenzaron a recibir adhesiones de jóvenes que habían sido miembros del Movimiento 14 de Junio y de muchos otros que no se habían definido aún en el campo político, pero tenían ya idea clara de lo que deseaban ser: nacionalistas y demócratas. Sin que hubiéramos cambiado ideas sobre el punto, los líderes socialcristianos acabaron comprendiendo que la clave del porvenir político dominicano estaba en asegurarles a los jóvenes nacionalistas una democracia digna y constructiva.
Eso que los socialcristianos comprendieron ya en 1963 lo hubieran comprendido otros sectores políticos si se le hubiera dado tiempo a la democracia dominicana. Pero no se le dio.
Los círculos dominicanos y de los Estados Unidos que se conocen como de extrema derecha, se lanzaron sobre la democracia dominicana con una ferocidad digna de otro destino bajo la consigna de que el Gobierno que yo presidía era débil con los comunistas.
Este es el momento de analizar con brevedad la debilidad y la fuerza, sí es que estos dos términos significan conceptos contrapuestos. Por lo visto hay dos maneras de encarar los problemas políticos; una es usando la inteligencia y otra es usando la fuerza. Según esto, la inteligencia es débil, y el uso de la inteligencia, señal de debilidad. Yo pienso que una materia tan compleja como es la que se refiere a las ideas y a los sentimientos políticos debe ser tratada con inteligencia. Pienso también que la fuerza es un concepto que expresa valores diferentes, según se esté en los Estados Unidos o en la República Dominicana.
En los Estados Unidos, el uso de la fuerza quiere decir aplicación de la ley sin crímenes, sin torturas, sin exilios, sin barbarie; en la República Dominicana quiere decir todo lo contrario: no se aplica ley alguna sino que se ponen en acción todos los instrumentos de la tortura, sin excluir el asesinato. Cuando un policía dominicano dice de una persona que es comunista, está diciendo que él, el policía, tiene todo el derecho —y hasta el deber— de apalearla, dispararle y matarla. Y como ese policía no sabe distinguir entre un demócrata y un comunista, es muy posible que al disparar y matar esté disparando y matando a un demócrata. Son muchos los centenares de demócratas muertos por la policía dominicana en los últimos años debido a que eran “comunistas”. No es fácil cambiar la mentalidad de la gente que se enrola como policía en la República Dominicana si no se da tiempo para lograrlo.
Cuando los colonos norteamericanos colgaron en Salem a unas mujeres bajo la acusación de que eran brujas, los que las colgaron creían absolutamente que eran brujas, y sin embargo, hoy no se encontraría un norteamericano en uso de su razón que crea que eran brujas. Cuando a un policía dominicano se le dice que debe perseguir a un joven porque es comunista, él cree con toda su alma que su deber es matarlo. El problema que se le planteaba al Gobierno que yo presidía era escoger entre el uso de la inteligencia y el uso de la fuerza mientras transcurría el tiempo necesario para que los jóvenes exaltados y los policías aprendieran a distinguir entre la democracia y el comunismo; y si escogía el uso de la fuerza, el Gobierno dejaría de ser democrático en una o dos semanas, porque el crimen policial se hubiera derramado por el país.
Si se me permite seguir hablando en términos de inteligencia y de fuerza, pienso que mis ideas acerca de la inteligencia y la fuerza se aplican al propio comunismo en su lucha por la conquista del poder. Ningún partido comunista, en ningún país del mundo, ha podido llegar al poder sólo porque haya sido fuerte; ha necesitado además tener un líder inteligente, de capacidad por encima del nivel corriente. Los comunistas dominicanos no tenían en 1963 fuerza suficiente y no tenían un líder capaz de llevarlos al poder.
En 1963, el comunismo dominicano estaba en su infancia y se hallaba, como el comunismo venezolano en 1945, dividido en grupos que no podían unirse fácilmente. Sólo la larga dictadura de Pérez Jiménez pudo crear el ambiente adecuado para que los diferentes grupos comunistas de la Venezuela de 1948 se unieran en un solo partido, y la falta de un liderazgo de capacidad reconocida ha evitado que a pesar de la fuerza actual que posee, el comunismo venezolano haya podido alcanzar el poder.
¿Cuántos comunistas hay en Francia, cuántos en Italia?
Pero ni el comunismo francés ni el italiano han tenido líderes capaces de llevarlos al poder. En el caso dominicano, ni hay fuerza ni hay inteligencia.
Yo no puedo esperar que hombres como Wessin y Wessin, Antonio Imbert o Jules Dubois sepan estas cosas, piensen en ellas y actúen en consecuencia. Pero lógicamente tenía derecho a esperar que en Washington hubiera quien conociera la trama política dominicana y el papel que podían jugar los comunistas en mi país. Por lo visto, yo estaba equivocado. En Washington conocen del problema dominicano sólo lo que Informan Wessin y Wessin, Antonio Imbert y Jules Dubois.
La falta de conocimiento adecuado equivale a una anulación del poder de la inteligencia, sobre todo en el campo político, y eso es de malos resultados. Cuando la inteligencia queda anulada, su puesto lo ocupa el miedo, y hoy se ha esparcido por los países de América un miedo al comunismo que nos lleva a todos a matar la democracia por temor de que la democracia sea la máscara del comunismo.
Me parece que hemos llegado al punto en que consideramos que la democracia es incapaz de resolver los problemas de nuestros pueblos. Y si en verdad hemos llegado a ese punto, no tenemos nada que ofrecerle a la humanidad. Estamos negando nuestra fe, estamos destruyendo las columnas del templo que durante toda la vida ha sido nuestro amparo. “Estamos”, no; digo mal. Están otros. Porque a pesar de todo lo que ha sucedido, yo sigo creyendo que la democracia es el hogar de la dignidad humana.
San Juan, Puerto Rico,
18 de junio, 1965.
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