No nos hagamos ilusiones. No es con ayuda norteamericana como nosotros
podemos solucionar nuestros problemas. Nuestros pueblos han llegado a la
situación que dicen los números copiados en este trabajo en los años que más
grande ha sido la expansión del bienestar en otros países del mundo,
especialmente en los Estados Unidos.
Lo que tenemos que prever es lo que sucederá cuando en esos países se
presente una crisis económica. No hay soluciones extranjeras. Esas soluciones
han fracasado completamente. Este fracaso fue reconocido por el presidente
Nixon cuando al hablar en la sede de la Organización de los Estados Americanos
(OEA) en Washington, el 15 de abril, en ocasión de la celebración del Día de
las Américas, dijo que el crecimiento de la economía latinoamericana no era más
grande que cuando se inició ocho años atrás el programa de la Alianza para el
Progreso. “La proporción de crecimiento [económico de la América Latina] es
menor que la de los países no comunistas del Asia”, declaró Nixon en esa
oportunidad (ver “Nixon Cast Doubt on Future of the Alliance for Progress”, en
International Herald-Tribune, Paris, April 16, 1969, p.1). Pero antes de que el
presidente de los Estados Unidos admitiera el fracaso de la Alianza para el
Progreso había sido admitido en los centros directores de aquel país el fracaso
total de toda la política elaborada para el desarrollo de la América Latina.
Durante años y años los expertos en el asunto estuvieron hablando de que había
que cambiar las estructuras, pero de pronto comenzaron a hablar de otra cosa;
empezaron a decir que la causa del atraso latinoamericano era el aumento de la
población, y luego empezó a decirse que si no se contenía ese aumento no podría
haber desarrollo.
En 1968 se había generalizado en los Estados Unidos y en los círculos
sociales y económicos más altos de nuestros países la idea de que para que la
América Latina progresara era necesario evitar que siguieran naciendo tantos
latinoamericanos. Esa era la manera más falsa de decir que los planes habían
fracasado, que las perspectivas hacia el porvenir indican que éste será peor
que el pasado. Nada es más absurdo que la idea de confiar la solución de los
problemas latinoamericanos al control de la natalidad, pues si es verdad que el
ser humano que va a nacer consumirá más comida, más ropa, más electricidad, más
vehículos, más medicinas y más libros, también es verdad que sólo el ser humano
produce esas cosas, y en consecuencia lo que hay que hacer no es evitar que el
ser humano se multiplique; lo que debe hacerse es poner al ser humano en
condiciones de que multiplique los bienes que necesita para producir los
artículos que él consume. Ahora bien, ¿por qué se cree que debe suprimirse el
nacimiento de más latinoamericanos? Porque se cree que el latinoamericano es un
hombre que no tiene condiciones para enfrentar las tareas del desarrollo, y ésa
es una idea racista y discriminatoria, que los latinoamericanos tenemos que
rechazar con energía.
No somos nosotros los que hemos
fracasado; ha sido el sistema social, económico y político en que hemos vivido.
En vez de suprimir la vida de los latinoamericanos que van a nacer debemos
dedicarnos a crear para nosotros y para ellos una sociedad más libre, más rica
y más justa, en la que con el esfuerzo de todos aseguremos la libertad, la
riqueza y la justicia para todos, no para una minoría. Pues el sistema ha
fracasado para los pueblos, no para las minorías privilegiadas, y mientras ese
sistema no sea destruido y pongamos otro en su lugar, las minorías seguirán
gozando de privilegios y las mayorías seguirán siendo esclavas, seguirán
padeciendo miseria y seguirán sufriendo injusticias. El sistema en que hemos
vivido hasta ahora ha sido el mismo que establecieron en nuestras tierras los
españoles, los portugueses, los ingleses, los franceses, los holandeses; ese
sistema evolucionó en otras partes de América y del mundo pero no en nuestros
países, y dados los cambios que se han hecho en la Humanidad, ya no podrá
evolucionar en la América Latina tal como evolucionó en otras partes. Nuestra
organización social se quedó en una etapa atrasada debido precisamente a que el
progreso en otras regiones de América produjo fuerzas que ahogaron en la
América Latina el desarrollo capitalista e impidieron que nuestras estructuras
sociales se formaran según el modelo de la sociedad capitalista. Las
estructuras sociales dependen de la forma en que se relacionan los hombres y
los medios de producción.
En los países donde toda la
sociedad, a través de sus organismos superiores gobiernos y otras
instituciones—, es la dueña de todos los medios de producción, el sistema
económico y social se llama socialista; aquellos donde la dueña de los medios
de producción es una clase llamada burguesía, el sistema económico se llama
capitalista y el sistema político es la democracia representativa, organizada
generalmente en repúblicas, federales o unitarias, y algunas veces monarquías
de las llamadas constitucionales, en las que los reyes representan al país,
pero no lo gobiernan. En el caso de la América Latina hay repúblicas que se
llaman a sí mismas democracias representativas, pero no lo son, pues aunque
vivimos dentro del sistema capitalista los medios de producción no pertenecen
en su totalidad a las burguesías nacionales. ¿Quiénes, pues, dominan los medios
de producción en la América Latina? Los dominan las oligarquías, y éstas son
frentes formados por clases y sectores de clases, que resultan económicos,
sociales y políticamente más fuertes que los grupos burgueses debido a que en
esos frentes oligárquicos figuran los intereses norte-americanos, cuyo poder es
más grande que el de todos los demás componentes de las oligarquías juntos. Los
grupos burgueses latinoamericanos son arrastrados por esos frentes oligárquicos
y conviven con ellos, especialmente con el componente norteamericano de esos
frentes, situación a que los obliga su debilidad; pero no forman parte de
ellos, y desde luego no los dirigen.
Las oligarquías latinoamericanas están dirigidas por el antiguo
imperialismo, que ha sido sustituido ahora por el Pentagonismo. Es éste el que
en todos los casos de crisis decide en última instancia qué debe hacerse en
cada uno de nuestros países. Cuando no ha llegado la hora de la crisis, la vida
de los pueblos latinoamericanos es dirigida por los sectores nacionales de las
oligarquías, y dado que estos tienen métodos e ideas precapitalistas, aunque
viven en países capitalistas, no están capacitados para llevar a cabo el
desarrollo latinoamericano. Hemos oído durante años y años decir que la
burguesía de la América Latina es una aliada del imperialismo norteamericano y
que ésa es la causa de nuestro atraso. Eso puede ser verdad en aquellos países
donde la oligarquía fue destruida y su lugar en la composición social pasó a
ser ocupado por una burguesía nacional, como ocurrió en México; en los que
disponen de dinero suficiente para impulsar la formación de una burguesía con
fondos del Estado, como Venezuela.
Pero en la mayoría de nuestros países la situación es otra; los grupos
burgueses no se hallan aliados al imperio-pentagonismo; son arrastrados por los
frentes oligárquicos, y estos a su vez son dirigidos por el
imperio-pentagonismo. Análisis de las sociedades de la América Latina Lo
primero que nota cualquier observador de los fenómenos sociales es que la
América Latina se halla organizada según las leyes del sistema capitalista y
sin embargo no ha podido desarrollarse ni siquiera lo indispensable para mantener
el grado de estabilidad política que ese sistema necesita. ¿Cómo se explica
eso? ¿Dónde están las causas del atraso y de la consecuente inestabilidad
política de la América Latina? En el sistema capitalista el desarrollo es
dirigido y realizado por la burguesía, y en países donde la burguesía no tiene
el mando político, social y económico total no puede haber desarrollo
capitalista.
El espectáculo de la falta de
desarrollo en la América Latina debió llevar a los entendidos en la materia a
la conclusión de que faltaba la clase que dirige al desarrollo capitalista o si
esa clase existía no se hallaba al frente de la sociedad; y esa conclusión
debió haber conducido también a los expertos a preguntarse tres cosas; primera,
por qué esa clase faltaba o por qué no se hallaba al frente de la sociedad;
segunda, quién ocupaba su lugar; y tercera, cómo estaban organizadas nuestras
sociedades, en vista de que siendo capitalistas no lo estaban según el modelo
europeo o norteamericano. Responder a esas preguntas requiere hacer un poco de
historia, aunque sea de manera rápida. En la mayoría de los países de la
América Latina las fuerzas sociales determinantes a principios de este siglo
eran las oligarquías terratenientes, comerciales y bancarias; en los más
retrasados eran el comercio exportador e importador, que se hallaba en muchos
casos en manos extranjeras, y a él se aliaban la alta y la mediana pequeña
burguesía y los grupos latifundistas. Desde las guerras de la independencia,
iniciadas hacia el 1810, las luchas de los sectores oligárquicos entre sí, o
las de las pequeñas burguesías en los países más retrasados, mantuvieron a
América Latina en constante desorden; fue la época de las llamadas
“revoluciones” y de los generales-presidentes y dictadores, y sólo había paz
cuando un sector oligárquico se le imponía a otro mediante una dictadura —por
ejemplo el sector comercial al latifundista, o viceversa— o cuando de la baja o
la mediana pequeña burguesía surgía un hombre fuerte que se proponía establecer
en su país las reglas de las sociedades burguesas. En el último caso, la
dictadura se veía obligada a asociarse a un sector oligárquico, o bien al
comercial o bien al latifundista, y acababa siempre destruida para dar paso a
un gobierno de la oligarquía o a situaciones de luchas armadas que hacían
retroceder al país a sus niveles anteriores.
Ejemplos de este caso fueron las
dictaduras de Ulises Heureaux en la República Dominicana y la de Santos Zelaya
en Nicaragua. A principios de este siglo la burguesía no había podido desarrollarse
más allá de la etapa del comercio exportador e importador, y éste no tenía
capacidad para salirse del frente oligárquico porque se hallaba estrechamente
unido por un lado a los grandes propietarios, pues vendía en el extranjero lo
que ellos producían —café, cacao, algodón—, y por el otro lado al capital
industrial extranjero, puesto que también vivía de importar los artículos
industriales extranjeros. Esa doble alianza convertía a la llamada burguesía
comercial en un dependiente de latifundistas y productores extranjeros, y un
dependiente no dirige nunca; a él lo dirigen. Cuando comenzó la penetración de
los capitales imperialistas norteamericanos en la América Latina movimiento que
en algunas partes del Caribe y de México se inició antes de 1890—, el
imperialismo halló que no tenía en nuestros países burguesías competidoras y
que le era fácil y beneficioso aliarse a los frentes oligárquicos, puesto que
estos dominaban generalmente los gobiernos, de manera que a través de ellos el
imperialismo podía obtener las concesiones gubernamentales que necesitaba. Esa
alianza resultaba lógica porque al penetrar en la América Latina el
imperialismo lo hizo también como latifundista, en el sentido de que necesitaba
grandes extensiones de tierra para producir bananos en América Central, azúcar
en Cuba y Santo Domingo, o para explotar minas en México. Los grandes
propietarios de nuestros países tenían necesariamente que entenderse con los
grandes propietarios norteamericanos, y como estos llegaban a establecer explotaciones
capitalistas en sus latifundios, mientras nuestros latifundistas seguían
explotando sus tierras con mentalidad pre-capitalista, los últimos caerían
rápidamente, como cayeron, al nivel de servidores políticos, sociales y
económicos de los primeros, y tras ellos cayeron también sus aliados, los
comerciantes exportadores-importadores. Desde el primer momento, pues, se
inició un proceso casi natural de colonización, mediante el cual los sectores
dominantes de las sociedades latinoamericanas reconocieron como su jefe al
imperialismo norteamericano. Esto llegó a tales extremos que en algunos países
—Cuba en 1908, Nicaragua en 1909— los componentes nacionales de las oligarquías
llamaron a los norteamericanos a intervenir militarmente en sus países. El proceso
no se desarrolló al mismo tiempo en toda la América Latina.
En algunos lugares se dieron condiciones especiales que permitieron cierto
grado de capitalización y con él la ampliación comercial y la aparición de
algunos débiles grupos burgueses, e incluso hasta la formación de bancos. Por
ejemplo, Chile fue en el siglo pasado un fuerte exportador de nitratos para
Europa; Argentina y Uruguay vendían también desde el siglo pasado carnes y
lanas a Europa. En otros países, la capitalización que más influyó en la
composición social fue la que produjo la Primera Guerra Mundial. La acumulación
de capitales provocada por la Primera Guerra Mundial dio lugar a la formación
de grupos burgueses, pero casi siempre asociados al sector comercial
exportador-importador, y como éste se encontraba ya dentro del frente
oligárquico y el imperialismo era quien tenía el mando de ese frente, esos
grupos burgueses nacieron sometidos al imperialismo. En ciertas regiones de
América Latina los capitales imperialistas eran europeos, y especialmente
ingleses; en otras eran norteamericanos, pero en líneas generales actuaban en
forma igual o parecida. En algunos países, sin embargo, se había formado
burguesía en el siglo XIX, y ésta se alió a las oligarquías antes de la
penetración imperialista, y así se vio el caso de Chile, por ejemplo, donde esa
alianza produjo un régimen de democracia formal, con gobiernos estables, o el
de Uruguay, con una democracia urbana bastante avanzada.
En otros la lucha entre la burguesía y la oligarquía se planteó en forma
sangrienta, como sucedió en México en 1910. En otros los débiles sectores
burgueses fueron representados en el terreno político por partidos cuyos
líderes pro-cedían de la pequeña burguesía. La época de los golpes de Estado
militares, que vino a sustituir la de las revoluciones, fue una etapa de luchas
entre las oligarquías que no aceptaban su derrota política, y los débiles
grupos burgueses, que pretendían conquistar el poder político. Esa etapa de
luchas se inició hacia el 1930 y no había terminado todavía en 1968, año en que
se dieron golpes de Estado en el Perú, Panamá y Brasil; en este último país, el
golpe de 1968 fue dado dentro de las fuerzas que habían dado el de 1964, de
manera que fue un golpe militar dentro de otro golpe militar. En lo que
podríamos llamar su forma más clara, el mecanismo de los golpes ha sido el
siguiente: La burguesía ha conquistado el poder mediante elecciones a través de
un partido dirigido por pequeños burgueses y la oligarquía la ha derrocado
mediante un golpe de Estado militar. A partir de la Segunda Guerra Mundial,
cuando ya el imperialismo se había convertido en el integrante más poderoso de
las oligarquías latinoamericanas, o por lo menos de la mayoría de ellas, los
golpes de Estado militares contra los regímenes que pretendían desarrollar
burguesías fueron decididos por los agentes imperialistas en favor de las
oligarquías. ¿Qué llevaba al imperialismo a actuar así? Su decisión de impedir
que en la América Latina se formaran grupos, sectores o clases que pudieran
competir con él, que pudieran arrebatarle un territorio donde las empresas
imperialistas ganan dinero con más seguridad, más facilidad, más rapidez y
menos limitaciones que en su propio país. Para impedir la formación de esos
grupos, sectores o clases, el imperialismo necesitaba aliados en la América
Latina, gente que actuara bajo sus órdenes, y esos aliados eran los frentes
oligárquicos. Un estudio de la gente que ha organizado los golpes de Estado en
la América Latina arrojaría mucha luz en el terreno social y económico. Los
golpes de Estado han sido organizados por las oligarquías, con muy pocas
excepciones; en cambio, las revoluciones fueron organizadas o por burgueses
—Francisco Madero, en México; José Figueres, en Costa Rica— o por pequeños burgueses
—Acción Democrática de Venezuela en 1945, Fidel Castro en Cuba—, y el proceso
electoral era encabezado en todos los casos por partidos pequeños burgueses de
ideología democrática. Los bancos centrales, instituciones típicamente
burguesas, comenzaron a organizarse después que empezaron a formarse
burguesías. Por eso no había ninguno antes de 1923. Ese año se fundó el de
Colombia; los de Chile y México se fundaron en 1925; el de Ecuador en 1927, el
de Bolivia en 1929, el de Perú en 1931, el de El Salvador en 1934, el de
Argentina en 1935, el de Venezuela en 1939. En la mayoría de esos bancos
centrales tenían representantes los bancos privados de las oligarquías, que se
habían desarrollado financiando el comercio exportador-importador. Los
restantes bancos centrales se fundaron a partir de 1945, cuando terminaba la
Segunda Guerra Mundial, y ese sólo hecho da idea de que nuestros países no eran
sociedades en cuya cúspide estaban las burguesías nacionales, como se ha venido
asegurando durante años. El Banco Central de Guatemala se fundó en 1945, el de
la República Dominicana en 1947, el de Cuba en 1949, el de Costa Rica en 1950,
el de Honduras en 1951, el de Paraguay en 1952, el de Nicaragua en 1960, el de
Brasil en 1965, el de Uruguay en 1967. Costa Rica había nacionalizado la banca,
que era toda costarricense, a raíz de la revolución de 1948. Un análisis de las
sociedades latinoamericanas demuestra que nuestros países han estado dominados
por frentes oligárquicos, no por burguesías, y que en esos frentes oligárquicos
figura el imperialismo, ahora sustituido por el gran capital pentagonista, y
por tanto las luchas de los pueblos debieron ser llevadas a cabo contra los
frentes oligárquicos, no contra burguesías que por su estado de debilidad
frente a las oligarquías no eran fuerzas enemigas determinantes.
Juan Bosch
Tomado del libro "Dictadura con Respaldo Popular"
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